THE DEVILS (1971)

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“The Devils” se clasifica como dentro del subgénero nunsploitation, parte del cine europeo de explotación en auge en la década del setenta. Pero ¿qué explota este tipo de cine? Lo mismo que el capitalismo: cuerpos e imágenes de cuerpos que se categorizan para ser más fácilmente estandarizados, difundidos y consumidos. Sus títulos concentran el valor del morbo, historias de moral cuestionable donde la violencia, los consumos problemáticos y el sexo se vuelven mercancía muy redituable.

El nunsploitation se especializa en la explotación estetizada de la violencia y la sexualidad reprimida de los conventos religiosos, según el consumo de época.

Pero Ken Russell hace algo mucho más valioso que esto en 1971 con “The Devils”, porque realiza artísticamente y visualmente lo que Aldous Huxley compiló y analizó en su exhaustivo libro Los demonios de Loudun (1952). Este ensayo denso en documentos sobre la historia de transgresiones morales y políticas del Padre Urbano Grandier, su vida sexual y política, ligada al caso de posesión diabólica más grande del que la iglesia católica haya dejado constancia: el de la madre Juana, priora del convento de las ursulinas de Loudun, Francia, que arrastró a toda la orden religiosa por su propia pulsión reprimida y no correspondida.

Russell no sólo narra la cruzada  erotico-mística de Grandier, sino su rol político en la ciudad de Loudun contra la corona, en la Francia del siglo XVI, así como también el complejo entramado de intereses alrededor del cardenal Richelieu, los sacerdotes exorcistas católicos y las vejaciones de las que hicieron víctima a las monjas ursulinas. 

El deseo en Grandier se tensa hasta consumarse y consumirse. El despecho de su amante lo condenará con motivos fundados, aunque la represalia borre todo vestigio de humanidad y justicia.  

El desenfreno de las escenas, herederas del teatro, de Goya y Sade, eleva la sordidez y el erotismo del episodio real a las Alturas, con mayúsculas. 

La vida interior de Sor Juana de Los Ángeles se ve asediada por la pasión que despierta en ella la contemplación de la figura de Grandier. Él nunca repara en ella, y esa es la herida que se abre para tragárselo todo. Una tensión sexual que el claustro no puede contener y que tomará la forma diabólica de la injuria y la condena infernal en la tierra, tanto de las monjas todas como del mismo Grandier. Es que la iglesia no tolera el goce del cuerpo fuera de la mecánica animal y procreadora, ya que según el Génesis, la naturaleza toda debe someterse al hombre. 

Ese poder ontológico del hombre se denomina patriarcado y es la misma estructura que catapulta a Grandier al púlpito, el de la prédica, primero, y el de los condenados, después. 

Esa estructura de poder es la que permite que la Madre Juana lleve adelante su venganza a partir de acusar a Grandier de pactar con el diablo o incluso de serlo, aunque para ser conducida hasta el encuentro de su objeto de deseo, tanto éste como ella misma deban ser destruidos. 

La mecánica de la represión excesiva del cuerpo y la doctrina sacrificial es la que conduce a los corderos a convertirse en lobos de sí mismos. 

El patriarcado envía entonces a sus delegados para interrogar y controlar mediante el escarmiento tradicional a las jóvenes del convento. Pero los exorcistas de este film están trastocados por la heroina. Son presentados por Russell como “rockstars” revelando la proveniencia de la ritualistica devocional anterior a Jim Morrison y Ozzy Osborne. 

Sobre todo por estas libertades interpretativas fuera de canon epocal es que “The Devils” puede pensarse como inscrita en el nunsploitation, pero la misma plantea una crítica profunda a la iglesia católica y al poder, del deseo y del Estado y lo actualizan en una década de transgresiones y tensión política antisistema. 

Quizás por ese estado alterado de los personajes y de la mirada del director, respecto de una propuesta estética ligada al teatro profano, poco conocido, puede ser leída (y lo fue) como una nueva forma de explotación del erotismo y la sexualidad acorde al canon del cine de explotación. Sin embargo, creo que en el caso de esta obra sería erróneo relegarla a ese casillero. La película ridiculiza al poder en sus miserias, pero también desnuda su monstruosidad con maestría escritural y una imaginería riquísima. 

Logra construir a personajes tan humanos como estilizados hasta el fantástico, y la tortuosidad de la tragedia no recae en una promoción morbosa, sino que la evidencian y la condenan como una pulsión cruel, sólo estimulante para perversos, como quienes son retratados por el film. 

El antecedente cinematográfico de esta película es “Mother Joan of Angels” (1961) del polaco Jerzy Kawalerowicz que adapta la novela homónima de Jaroslaw Iwaszkiewicz sobre el mismo episodio histórico que la obra de Huxley y Russell, pero que se circunscribe a la relación entre el monje exorcista y Juana, la ex priora del convento. Esta película inaugura, además, el nunsploitation, aunque con un tono mesurado y romántico, que va in crescendo, pasando por el salvajismo de “The Demons” y otras dos películas sobre claustro, sexo y violencia, realizadas por Jesus Franco en la misma década del setenta, hasta la belleza disruptiva y actual de “Benedetta”, la última de Paul Verhoeven. 

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