
“Infinity Pool” (2023) es el tercer film de Brando Cronenberg y el más reciente que, creo, retoma la hebra de “Seconds” (1966) de John Frankenhaimer. la entrama de una forma que habría sido inaceptable para el cine de los sesentas, pero que en el terror contemporáneo hacen posible una reflexión sobre cómo la clase dominante usó y usa el poder de la riqueza para llevar los límites de la explotación de todo, incluso del propio cuerpo más allá de sus límites.
En “Seconds”, conocida en España como Plan diabólico y El otro Sr. Hamilton en Hispanoamérica, el Sr. Hamilton es arrastrado por la voz de un amigo tan viejo como él, a tomar una nueva “imagen” con la que impostar una corporalidad y vínculos sociales, empoderados según el paradigma de la década del 60: “Tony” Wilson, un joven y atlético sujeto inclinado a la pintura posmoderna. Aún invitado a tomar parte en una bacanal con una piscina de alcohol incluida, nuestro protagonista cambia de rostro y de nombre, pero nunca puede dejar atrás su identidad consciente. Su yo sigue siendo un conservador, formado en la primera mitad del siglo XX. Por más que el alcohol borre los márgenes de su identidad, el proyecto de cambio de vida termina diluyéndose en un vaso colmado de paranoia.


«Seconds» abre con una secuencia de títulos que enrarece la mirada, realizada por la maestría de Saul y Elaine Bass, quienes estuvieron a cargo de otras secciones introductorias, como de Vertigo, Psycho, Anatomy of a Murder y muchas otras gemas del cine.
Descrita por Frankenheimer como «impresionante», la secuencia parece ser el resultado de efectos técnicos de última generación, pero de hecho el proceso no podría haber sido más simple: fotografiaron el reflejo de una fisonomía perfectamente normal en láminas de aluminio que fueron manipuladas para crear distorsiones.
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“Infinity pool” de Brandon Cronenberg, también tiene una secuencia de títulos con una buena puesta tipográfica, pero es en las secuencias en que los personajes liberan su violencia y copulan bajo al influencia de un poderoso alucinógeno, donde la distorsión de la forma de los cuerpos, su fusión y abstracción, alude o recuerda de modo más cercano a la intro realizada por los Bass, sesenta años antes.

Pero si bien este nuevo film también trabaja sobre los problemas de la identidad, no los piensa desde la pérdida de la imagen exterior, sino por la fluidez del yo. En la medida en que James, un pseudo escritor estancado y falto de inspiración, discurre sin contención alguna en el devenir de su estadía de placer, su vínculo de pareja y su deseo se vuelven fluidos, sin cauce, sin fin, sin sentido.

A lo largo de la película, la idea de la piscina infinita (infinity pool) se despliega en espiral ya desde la segunda toma, desde el espejo de agua de un resort de lujo mezclándose con el azul del cielo y con el mar otra vez. Luego vemos cómo se expande más allá de los límites del hotel por intrincadas cañerías que trepan a cielo abierto hasta llegar como extremo a su antítesis: la cárcel. Una condena a muerte se presenta allí como el final de ese fluir, hasta que la verdadera dimensión de lo siniestro se revela, precisamente, en la transgresión de la muerte.

El alcohol o las drogas funcionan como extralimitadores de la percepción del yo, y es a través de ellos que ambos personajes, James o Tony, pueden fusionarse parcial o íntimamente con los otros. Pero la diferencia entre ambos protagonistas de estos films radica en que, mientras “Tony” Wilson usa su nueva imagen como máscara, su identidad monogámica y represiva persiste. En cambio James debe usar una máscara o capucha para contener la fluidez de un yo deseante programado por su entorno. Esto lo vuelve ligeramente otro aunque su apariencia física permanezca “intacta”.
La ficción de un yo sin final, donde la verdad importa menos que la continuidad del deseo, es lo que hace del goce y la megalomanía un combustible casi infinito para todos los personajes de la trama. Eso sí, los psicópatas liderados por Gabi (una Mia Goth de alto impacto) pueden disociarse de la sucesión de crímenes cometidos y volver a sus vidas al concluir su viaje de placer.

Pero esto no es tan fácil para James, estancado en el trauma, en ese fluir incesante de la lluvia en torrente sobre el mar, invadiendo la piscina infinita abierta para él.

Lo que está de fondo en ambas películas es un siniestro negocio privado, que se monta sobre las instituciones y detrás de éstas, para suprimir cuerpos en función de sostener los privilegios de la clase dominante.

En “Seconds” el proyecto de Hamilton/Wilson fracasa, aunque el sistema progrese muy a su pesar. Pero en “Infinity Pool”, producto de los tiempos actuales donde el capitalismo es dios, el proyecto triunfa.
De todas formas, ambos personajes pierden lo que tenían: la ficción consistente del yo. Uno por perder su cuerpo, el otro por la acumulación de sus restos.

Sin embargo “Infinity Pool” va más allá y revela que el verdadero espanto contemporáneo es el de mantener a toda costa la fluidez de un yo deseante. Uno que llega a sacrificar a otros cuerpos, aún cuando puedan tener incluso su misma apariencia y memoria. Ese proceso de aniquilación de “señuelos” va reprogramando la experiencia de los cuerpos en el desear infinitamente, más allá del colmo.